No hace mucho, escribí sobre cómo aquel evento, del que ya no se puede hablar ( ), lo cambió todo para los negocios caninos. En Coco y Maya, lo titularon: «Tengo mucho más trabajo como educador de perros tras el coronavirus. También he confirmado que mucha gente solo me llama cuando ya es tarde».
Un poco catastrofista, como le gusta a Google Discover.
En el artículo (del que citaré varios fragmentos aquí), trataba temas que cada vez son un problema más gordo para el sector canino. Por un lado, la burbuja de la formación en línea (hay tanta oferta que, a menudo, cuesta saber cuál vale la pena); por el otro, la digitalización.
El salto a las asesorías caninas on-line
Y sí, aunque parezca difícil de entender, los educadores caninos están dando el salto a las asesorías on-line. El famoso mantra de «para adiestrar (o, mejor, educar) hay que tocar pelo», queda atrás. Cada vez se trabaja más a distancia y menos en presencial. Hay personas que ni tan siquiera trabajan en presencial, pero de eso hablaré luego.
La imposibilidad de sesiones presenciales obligó durante la pandemia a realizar trabajos en línea, casi siempre apoyados por grabaciones de vídeo.
Este fenómeno está relacionado con varios puntos:
- La necesidad de desplazarse a domicilio, a menudo, incluso cuando se cuenta con un centro canino (y el coste agregado, en tiempo y dinero)
- La dependencia de un vehículo (y agenda bien montada) o un espacio físico para alcanzar suficientes sesiones o servicios y obtener rentabilidad
- La dificultad de generar un sueldo a jornada completa, debido, entre otras cuestiones, al intrusismo laboral, el presupuesto medio de las familias dedicado a etología y la enorme oferta en el mercado
- La falta de una regulación para la mayoría de las actividades relacionadas con conducta animal, a excepción de la etología clínica (cuyo papel es menor de lo que sería deseable)
El lado oscuro de las nuevas tecnologías
Por descontado, las nuevas tecnologías ofrecen muchísima variedad de negocios, pero también tienen un lado oscuro. En este caso, familias que realizan varios cursos, asesorías on-line y llegan quemadas, muy quemadas, y sin las herramientas suficientes a las sesiones presenciales.
Año tras año, más personas llegan a mí con problemas graves de conducta y sin tanta paciencia como antes. Han hecho un curso de reactividad, otro de lenguaje canino, unas clases de gestión emocional, y siguen con el problema. Dicho de otro modo, se han dejado, 100, 200, 300 euros, y no han cumplido ninguno de sus objetivos. Y tienen 300 euros menos a invertir cuando llegan a ti.
En mi caso, apenas realizo pautas educativas presenciales, […] desde 2020 llené la agenda de modificaciones de conducta. Por un lado, esto lo veo muy, muy positivo: la gente cada vez quiere estar más informada […]; por el otro, puede inducir a error, puesto que […], a menudo, llegan más tarde que antes: la gente te busca cuando las cosas se salen de madre.
El cliente objetivo… es otro, ha cambiado
Tiene otra cara esta historia, además: cada vez tenemos menos paciencia, menos ganas de socializar, más interés por que las cosas se solucionen lo más rápido posible, sin movernos, y con el esfuerzo justo. Todo ello es más fácil de vender en una formación que en una sesión presencial, donde alguien tendrá que desplazarse, explicarte conceptos, analizar conductas y mostrarte un manejo..
También ha aumentado la rotación entre profesionales. Muchas familias que no encuentran que encaje el método de un educador o un etólogo, buscan una segunda, tercera o cuarta opinión. Algo a lo que nadie puede ser ajeno, por mucho tiempo que dedique a plantear sesiones y mucho seguimiento que haga a lo largo de las semanas.
A veces, te sientes un poco electricista (cuando abrían una vieja instalación con todos los cables grises, ¿sabes?) en las modificaciones de conducta, perdiendo varias horas de trabajo para entender lo que han premiado o buscado otros y cómo lo han hecho.
¿Y te acuerdas que te había dicho que hay profesionales que ni tan siquiera trabajan en presencial? Bueno, pues esos son los que se están llevando un porcentaje «gordo», ya que pueden llevar más casos, dedicar más tiempo a la promoción y a la creación de otros servicios (desde casa) e incluso programar actividades presenciales, como extra.
Por el contrario, los negocios caninos que trabajan a domicilio o en un centro se encuentran con la parte más dura del trabajo y con incentivos (económicos) mucho menores. ¿Cómo se come eso? Te lo digo directamente: se traduce en que la mayoría empieza a tender hacia la digitalización, más pronto que tarde. Y tiene sentido, ¿no te parece?
Hacia un mundo lleno… de familias responsables
Desde mi experiencia, las propuestas on-line (principalmente, academias on-line y seminarios) van a suplir la mayoría de los trabajos de pautas educativas. Preveo que el acompañamiento de las familias que buscan crear una buena rutina, estructurar el juego o construir unas pautas higiénicas concretas va a disminuir, mucho.
Por otro lado, las modificaciones de conducta requieren de profesionales formados en conducta (análisis funcional, teoría del aprendizaje, etología del perro, condicionamiento clásico y operante…), quienes van a tener que aumentar su tarifa, limitar el número de sesiones presenciales por semana o buscar servicios complementarios para rentabilizar el negocio canino.
Estoy pensando en los trabajos más «divertidos» y, a menudo, también más desagradecidos: conductas reactivas, miedos y fobias, protección de recursos…Terapias conductuales que requieren de un profesional, quien, a su vez, necesitará complementar esos trabajos con más y más servicios, o bien pasarse al otro equipo, o ponerse en modo «veleta», y ni aquí, ni allí, sino en los dos sitios.
Supongo que la pregunta es obvia:
¿Cómo tendríamos que potenciar estos servicios?
Supongo que eso ya es cosa de cada profesional: habrá negocios caninos que buscarán monetizar su conocimiento por YouTube o Patreon, otros que lancen cursos, colaboren con centros veterinarios, intenten lanzarse a la «vida influencer» (que los hay) o se contenten con una jornada parcial.
En conclusión, la realidad de los negocios caninos es compleja. Por un lado, se está dando una digitalización acelerada; por el otro lado, hay servicios imposibles de digitalizar, pero que siguen perdiendo clientes (que antes eran) potenciales debido a los cursos, las formaciones y las asesorías (mal entendidas).
¿No es acaso lo mismo que ha ocurrido siempre en el adiestramiento canino? Yo no lo creo: sí es cierto que muchos educadores, también ofrecían servicios de residencia, por ejemplo, pero, a diferencia de aquellos años, hoy unos servicios compiten con otros en un contexto sin regulación y donde resulta difícil encontrar lo que de verdad necesitan las familias caninas.